Desde niños somos condicionados y comparados constantemente unos con otros bajo un sistema inexacto que califica a todos bajo los mismos estándares sin valorar individualmente las aptitudes y habilidades de cada quien, o el tiempo que se requiere para demostrarlas.

En este tradicional esquema se premia a quienes cumplen u obedecen las más altas exigencias, y se exhibe o castiga a quienes no reúnen las expectativas requeridas o a quienes se salen de los lineamientos establecidos.

Al pasar los años, las experiencias familiares, sociales, educativas o culturales forman en la mente de cada individuo sus propias percepciones de éxito y fracaso.

Como somos seres sociales, deseamos ser aceptados por las personas o grupos que nos interesan.

Es por eso que para la mayoría resulta aterrador que nuestros defectos, carencias, debilidades, limitaciones; falta de práctica o de conocimientos se pongan al descubierto públicamente a través de una prueba o intento en donde pudiéramos resultar rechazados o expuestos a la crítica.

El resultado de una mala experiencia también puede afectar gravemente el concepto que tenemos de nosotros mismos, y con eso basta para que en nuestra mente se arraiguen pensamientos limitantes como: no sirvo para esto; esto no es para mí; como siempre me va a ir mal, etc.

Si no se superan estas conflictos emocionales, los miedos e inseguridades se afianzan en otros terrenos más como los laborales, profesionales y sentimentales; y optamos por encerrarnos en una zona de confort desde donde se nos hace más fácil erigirnos en jueces y criticar o aconsejar a otros, en vez de atrevernos a intentar algo que demuestre nuestro talento o creatividad.

Lo más peligroso de evadir el fracaso, es perdernos miles de posibilidades de éxito; y que todo se quede  en contemplar  como otros aprovechan las oportunidades que se nos van de las manos.

Cuando esto ocurre normalmente se generan sentimientos de culpa, enojo, frustración, desilusión, envidia, etc.

Fracasar, a diferencia de una simple equivocación, es la obtención un resultado adverso al esperado, que produce consecuencias emocionales a quien lo vive.

Esas consecuencias emocionales crean la visión de un escenario futuro, en donde el protagonista no se cree capaz de resolver un problema o de lograr su objetivo.

Cuando este pensamiento se repite de forma constante, la mente se condiciona para asumir esa incapacidad como una realidad y entonces cuesta mucho más trabajo enfocar las cosas en su justa dimensión.

El miedo al fracaso puede mantener a algunos soñando toda la vida sin concretar nada, buscando excusas eternas para no empezar algo que desean, o, buscando una preparación interminable para cuando llegue un momento preciso e incierto.

Así como no es bueno quedar paralizado por temor al fracaso; tampoco es recomendable llegar a los extremos de exceso de confianza y arriesgar sin sentido la vida, el patrimonio o la libertad para demostrar valor o habilidades.

 Por eso es importantísimo que quien inicia un negocio tenga confianza en sí mismo, y a la vez tenga claro el sentido de responsabilidad y compromiso sobre el emprendimiento que pretende llevar a cabo.

El control mental es fundamental para cumplir con los objetivos que nos proponemos y para eso debemos cambiar todo tipo de pensamientos que nos obstaculicen mediante ejercicios diarios de afirmaciones positivas que mejoren y reafirmen nuestra autoestima.

Se dice que aproximadamente el 80% de los negocios que inician en México, fracasan en menos de dos años.

Las causas pueden ser múltiples, pero la mayoría se derivan por la falta, o por el exceso de confianza.

Prepararse bien para cuando llegue una oportunidad no siempre es garantía de éxito, pero definitivamente aumenta por mucho las posibilidades de lograr nuestras metas.

Las oportunidades debemos dárnoslas nosotros mismos y no depender de la voluntad de otra persona o de factores externos que nos las faciliten.

El éxito se logra cuando se conjuntan la preparación y la oportunidad en un mismo momento.

Una mala experiencia, no determina que siempre tendremos el mismo resultado.

Hay que sacudirse e intentar de nuevo.

El concepto de fracaso muchas veces lo sobredimensionamos y lo vemos como algo terrible y doloroso por lo que preferimos evitarlo.

Le damos una importancia exagerada a lo que otros pueden pensar cuando en realidad cada quien se preocupa por su vida y nadie se va a responsabilizar por lo que hagamos o dejemos de hacer, más que nosotros mismos.

El fracaso siempre es, ha sido, y será una posibilidad entre dos opciones que resultan de un intento.

Podemos buscar siempre la excelencia pero es inevitable que algunas o varias veces, no logremos conseguir nuestros objetivos y no por eso debemos de tirar la toalla o sentirnos deprimidos.

Depende de nuestra mentalidad tomar una mala experiencia como un trauma o como un aprendizaje.

Si las cosas no salen del modo que consideras correcto, es cuestión de sentarte a analizar y a hacer los cambios que sean necesarios para lograr lo que deseas.

Se trata de que pruebes (ensayo-error) hasta que encuentres la técnica o estrategia que haga que las cosas funcionen como esperas. 

  Es lo mismo que haces en un videojuego en donde repites y repites etapas desde el principio, hasta que de modo automático vas superando cualquier obstáculo y cada vez se te llega a hacer más fácil llegar a donde deseas.

Debes de hacer una reflexión profunda de tus capacidades, de tus limitaciones, de tu responsabilidad, y de tu interés verdadero sobre lo que quieres alcanzar.

Si realmente deseas lograr algo y haces los intentos necesarios por conseguirlo el resultado final será el éxito aunque hayas pasado por varios fracasos en el camino.

Aunque se dice que nadie experimenta en cabeza ajena, siempre es bueno tomar en cuenta las experiencias de quienes han tenido éxito después de varios intentos fallidos.

Si consideras que puedes lograr algo haz un plan, piensa en estrategias y considera tus fracasos como una lección que te sirva para entender las cosas que debes de cambiar para llegar a tus metas.

La experiencia de fracasar puede ser desagradable, pero no hay nada más deprimente que aniquilar los sueños y quedarse inmóviles para evitar el fracaso.

Hay un buen dicho que dice: “No intentar algo por miedo al fracaso es como suicidarse por miedo a morir”.

Lo peor que puede hacer un empresario es que por miedo al fracaso quiera irse por la vía segura, colgándose de la creatividad y originalidad de otros que han conseguido el éxito mediante sus propios esfuerzos.

La razón es simple, los intereses de los consumidores son cambiantes y solo los negocios que pueden adaptarse y renovarse, podrán mantenerse dentro de la preferencia del público, mientras que aquellos que no hacen el intento por distinguirse de los otros ofreciendo algo diferente en calidad, atención, imagen o personalidad, seguramente terminarán incluidos dentro del alto porcentaje de las empresas que desaparecen en menos de dos años de haber iniciado.

Atrévete a ser diferente, busca tu propia marca; aprende de tus fracasos y sigue buscando el resultado que deseas; y más pronto de lo que piensas lograrás conseguir el éxito.